-Vení pa, mirá qué bien se ve la tele.
-¿Qué canal es ese?
- La televisión pública
- Ahh bueeeeno... para mí que nos pusieron cable
Qué buen chiste tiró mi viejo. En mi casa nunca hubo cable. Cuando era chica mis amigas me excluían de las discuciones porque no había visto los dibujitos privatizados de Cartoon Network. Hace poco me enteré de la existencia de Coco Miel...
Yo ya estoy acostumbrada a aceptar la lluvia como parte de la imagen y tener siempre cinco opciones, pero ellas nunca terminaron de entender que no podía ver los videoclips en Much Music, ni mirar la recontra zarpada película que estaban pasando por The Filme Zone.
Mensaje: "Poné el 23 amiga, están dando Un lugar llamado Notting Hill"
Mensaje otra vez: "Cierto que no tenés cable, jaja"
Jaja me dicen. ja - ja
No tengo cable y qué me importa! No vi "Anaconda", ni "Forrest Gump", tampoco "Indiana Jones". Me enteré que existía Santiago del Moro cuando ya se la había creído y nunca, en toda mi infancia, me pusieron los dibujitos para sacarme de encima (utilizaban otros métodos que no vienen al caso).
En la cocina de mi casa no hay un tele, ni siquiera chiquitito, aunque muchas veces lo imaginamos en uno de los estantes del mueble lleno de mates. Sí hay dos radios: una de las llamadas "huevito", con el casete de Eros Ramazotti desde el año ´93 y la que se desprende de la mano de mi papá, que solo visita la cocina cuando él lo hace, naturalmente. Por eso, en vez de mirar el noticiero del mediodía, el Zorro o Los Cocineros Argentinos para todos, escuchamos movileros, informes del tránsito, flashes de noticias y otras curiosidades que pasan en el eter.
No creo que se lo hayan planteado, pero mis viejos propusieron siempre una mesa de debate familiar, de esas que aconsejan los psicólogos familiares para reconstruir los vínculos y entender a los adolescentes. Muchas veces destruimos esos vínculos entre opiniones políticas y zapallitos rellenos que nos quedaron atragantados. Otras, los estrechamos con cuentos poco creíbles y gelatina con frutas.
El otro día, mientras compartíamos el pasatiempo familiar de putear palomas sentadas en la antena, intentamos hacer la cuenta de lo que llevamos ahorrando en cable. No me acuerdo cuánto dió.