Me tomo un café en un local de la cadena imperialista de hamburguesas que tiene el queso más adictivo del planeta, mientras escucho una banda que nadie conoce y por eso, y porque tienen letras muy lindas, me gusta.
Siempre cuando es de mañana y escribo en la libretita que llevo conmigo a todos lados, la gente me mira como si no entendiera con qué lleno los renglones y por qué cada tanto miro al frente, canto un poco y me vuelvo al papel.
La cuestión es que hoy me concentré tanto en el programa de radio que postergo hace cinco meses que no me pude dormir en el viaje y a 20 cuadras de la parada, me di cuenta que iba a tener que esperar unas 16 horas para ser feliz.
En realidad esa no era la cuestión. Resulta que desde el sábado que salí con mis amigas a bailar cumbias viejas y escuché cosas como "no sé qué quieren los hombres", "mejor me quedo soltera" o "tendría que ser una trola para que se diera cuenta", que me aferro cada día más al libro que quiero recomendar al mundo hispanohablante, y al otro también. Es uno de esos relatos que logran llevarme a otro lugar, que en este caso se llama Loshui, donde viven las Mosuo, la última (?) sociedad matriarcal.
A los hombres que enseguida piensan al feminismo como si se tratara del terrorismo, les adelanto que en esa comunidad china no existe el matrimonio, los hombres juegan entre ellos todo el día, no se hacen cargo de sus hijos por la sencilla razón de que no saben cuales son y eso es totalmente normal, y una de sus mayores preocupaciones es saber con quién compartirán la cama esa noche. La cama de ellas, claro.
Estusiasmados por la idea, ya deben haber olvidado el prejuicio machista y estarán en la fase de pensarme de "otra manera". Sigamos, no me molesta.
"El reino de las mujeres" habla de 25 mil personas que viven en contra del resto de las miles de millones que completamos el mundo y no solo se diferencian del costado "occidental", sino que difieren hasta de sus vecinos chinos.
En el capítulo más corto del libro, Chu Tsi cuenta al periodista Ricardo Coler (alias "el autor"), que vive bajo las órdenes de su hija mayor: la matriarca, a quien quiere "tanto como si fuera su sobrina".
¿Si le gustaría ser el jefe de la familia? "Estar en manos de las mujeres es estar en mejores manos", responde mientras les pide dinero para emborracharse con sus amigos.
Las salidas son esas, o a un baile alrededor del fuego, donde los hombres espera recibir la señal: tres apretones de manos de la mujer que los eligió esa noche para colgar la gorra en el gancho de su puerta. Algo así como dar vuelta el cartelito de ocupado en el baño.
Para eso danzan y se buscan con la mirada, dominan durante el día pero saben bajar la guardia y mostrarles a sus hombres que no por dejarse seducir son inferiores.