viernes, 2 de abril de 2010

todavía no estoy

Hace poco me di cuenta que el mundo se divide entre quienes fuimos algún tiempo al psicólogo y los que nunca lo hicieron. La separación parece un poco exagerada, yo misma lo creía antes de dejarme atrapar por los tentáculos del psicoanálisis, y me burlaba por dentro de esas personas a las que les encanta decir, cada dos o tres frases, que la historia que te están contando fue protagonista de varias sesiones de terapia. Para ser franca, me parecía un robo. Sin desprestigiar a los licenciados, me identificaba con los que piensan que una persona desconocida jamás podría solucionar mis problemas, de los cuales tampoco le iba a hablar, justamente por ser "desconocida". Mis amigos (sobre todo una que estudia psicología pero dice que no le gusta el consultorio), insistían en que tenía que probar, que no era cómo me imaginaba. Ellos también son de esos que se apartan verbalmente del grupo para intercambiar anécdotas en las que involucran a sus psicólogos como amigos de la infancia. (ahora viene la parte en que digo el "pero" tan esperado y empiezo a contradecir a mi yo anterior) Pero ahora lo entiendo todo, aunque no dediqué más de seis meses de encuentros baratitos en hablar durante menos de una hora con una chica de unos treintaypico, muy clásica en su forma de vestir, con cadenitas de oro y esas cosas que yo jamás me pondría. Debo admitir que lo mío no era tanto un conflicto vital a resolver, sino algunos rayes mentales que nunca se fueron porque, en conclusión, no me molestaban tanto. Pero en apenas veintipico de citas, a las que nunca pude llegar temprano aunque era uno de los temitas a resolver, pasé por todos los estados anímicos, incluso por los que no existen. La calle en la que estaba el consultorio es muy linda y creo que en mis visitas nunca llovió, por lo que me acuerdo solo del sol pegando en la vereda, de los albañiles de enfrente gritando algunas cosas y de una chica que salía riendo, o repitiendo frases como "no estás cuando te convocan", o llorando, o puteando a su ayudante espiritual, o con cara de nada. Obviamente que esa era yo, la misma que ahora se aparta para intercambiar charlas psicoanalíticas, trata de convercer con que "no es lo que parece" y se sorprende a sí misma diciendo "esto lo hablé con mi psicóloga".

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