"... que al lugar donde has sido felíz no debieras tratar de volver".
Esta vez tampoco se confundió.
Yo tenía un recuerdo de la época en que pintaba, y cada semana volvía a mi casa con una hoja canson nº5 cargada de colores, líneas de lápiz sin tapar (que consideraba parte de "la composición"), y una firma de poco pulso que se contradecía con los trazos del dibujo.
Era un poco felíz.
Había olvidado dónde estaba esa carpeta, pero por fin hoy me decidí a buscarla. Traje la escalera del galpón soportando la helada que empezaba a caer; busqué por todas las cajas que guardan recuerdos que nunca me gusta encontrar; y cuando dí con ella, revisé los dibujos en cinco minutos y se me vino la infancia abajo.
Demasiadas expectativas para dar con una bolsa de plástico que conservaba paisajes imposibles con cielos rosas o negros, y caminos violetas. Los únicos que merecían abandonar la bolsa eran los que habían sido "retocados" por el profesor (eso sí lo recordaba).
Moraleja: hay veces en que es mejor quedarse con un buen recuerdo que intentar retrodecer para encontrar explicaciones.
La memoria selectiva suele jugar buenas pasadas, agregar detalles, o distorcionar los hechos para no autotorturarnos. Pero nosotros nos empeñamos en buscarle la quinta pata al gato. No falta la charla en que descubrís que la mejor anécdota de tu adolescencia super rebelde en realidad pasó en Verano del ´98, o sólo a medias, y que la verdadera protagonista de la historia fue tu mejor amiga, y ese día no te habían dejado salir, por lo que te contaron todo la tarde siguiente.
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