viernes, 5 de diciembre de 2008
Helada no es la lluvia, sino la soledad que provoca...
Amaneció gris y eso ya nos condiciona, nos amenaza. Repentinamente el día se hace noche y la humedad se mete en los huesos. Ni una gota nos ha tocado ni nos tocará refugiados en nuestro cuarto, seguros.
Y de a poco, lo inevitable.
No es estar solos lo que provoca soledad. Vivimos olvidados del cielo que nos rodea. Seguros de que si el sol salió hoy, debe salir mañana. Desesperados en un mundo de necesidades inventadas. Pero cuando el escudo de la rutina se evapora y la lluvia de un domingo de agosto nos viene a visitar, es inevitable mojarse, aun bajo techo. Se convierte en un espejo en donde nos vemos reflejados, y lo que vemos no nos gusta. Nos obliga a pensar, a pensarnos.
La pregunta es la misma, la olvidada. La que no tiene respuesta. De la que somos únicos responsables, de la que inútilmente escapamos. Está cayendo a cántaros, se ve nítida.Ya es lunes. El despertador suena y el sol sale imponente. De a poco los charcos se transforman en un vaho hediondo y caliente. La calle cobre vida y el ruido se torna cada vez más insoportable. Pero junto con la ciudad renacemos. Nos sentimos seguros. Los nubarrones quedaron nuevamente en el pasado…
por ALGUIEN
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