Celina salió de la facultad; tenía un guardapolvos con tablitas, atado atrás y todas empezamos a gritar a los taxis, por la diagonal. Una vez en viaje, Luli se sentó adelante y apoyó la cabeza en la falda del conductor (qué hace? pensé yo. Pero después me di cuenta que era la única manera para que la cámara enfocara la pierna del taxista, y la herida ensangrentada que aparecía debajo de la bermuda).
Llegamos al conventillo, recorrimos el pasillo y una vez del otro lado de la puerta de madera con vidrio repartido y cortinas blancas, lo vimos a él: vivía en la pieza de enfrente y nunca nos habíamos dado cuenta.
El pelo blanco, poco, pegado en la nuca y despeinado como cepillo de dientes avejentado en la zona de las orejas. Estaba ahí tan cerca, nos amenazaba con la mirada.
Menos mal que apareció Renso (otra vez Renso?) que venía de algún lado corriendo (de qué se escapaba?) y me distrajo de ese señor. La brisa de la ventana me hizo estornudar. Me levanté en busca de los pañuelos que estaban en la cartera que colgaba de la silla de la computadora, me tapé un poco con el acolchado y cerré el vidrio hasta la mitad.
En ese momento Lisana me agarraba la mano y se apretaba la panza para mostrarme cómo se movía Renata. Yo pensaba que el movimiento era muy fuerte pero no le decía nada...
En un extremo, una fuente con ciruelas rojas recién lavadas y frescas (dónde las había visto?). En el otro, un puente, siempre un puente por el que escapar, y sobre él sonaba un celular (el mío?).
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